Sí, molonas, un día eres joven y al día siguiente vas a la piscina con silla. Pero todo por el bien de mi integridad física. Y es que a estas alturas de la vida, cuando no te duele la espalda alta, te duelen las lumbares o te crujen las rodillas. Ley de vida.

 

Pereza máxima

 

Aún recuerdo con una sonrisa las veces que mi abuela se bañaba en la piscina. Cómo alargaba el cuello al máximo y lucía un gorro con flores en relieve. No entendía la razón de su pánico a que una sola gota de agua tocara su cabellera.

 

Ahora lo entiendo todo. Según sumas años, cosas cotidianas como lavarte el pelo, te dan pereza máxima. Además, aprovechas aquel titular que leíste sobre que lavarse el cabello con frecuencia no es bueno o que el cloro hace que se vuelva seco y quebradizo. Tienes la excusa perfecta.

 

La realidad: pocos veranos de infancia

 

Cuando éramos niños vivíamos los veranos como si fueran a ser eternos. No separarte de tu pandilla o cuadrilla; jugar a mil juegos en el agua, en seco echarse unas cartas -“chúpate dos”-; hacer collares de bolitas o de hilos; ir al kiosco a comprar chuches, saborear un frigopie o twister choc o echarse un Street Fighter en la maquinita de la heladería, a razón de 25 pesetas la partida. Ay, señor.

Helados

Ahora los padres, somos nosotros

 

Mari, escúchame, tengo tres hijos y aún me sigo sorprendiendo al pensar que ahora la madre soy yo. Me miro al espejo y pienso “con lo joven que yo me siento” (y soy).

 

Me he convertido en esa SEÑORA que va a la piscina con silla, que corre a proteger a sus polluelos con crema solar mientras ellos oponen resistencia, que se preocupa de cambiarles el bañador por uno seco, no vaya a ser que les de una infección de orina.  Sí, soy esa a la que, cuando una pelota cae a mi lado un grupo de pequeños gritan “SEÑORA, ¿nos pasa la pelota?”. Ganas de estamparles la pelota no me faltan, pero entonces recuerdo que estoy en la piscina sentada en una silla y que el agua no lo toco ni por una piña colada.

 

Mamá, papá, tírate a la piscina

 

Y, durante este delirio en el que vuelvo a rememorar mis veranos de infancia, me doy cuenta de lo tremendamente feliz que me hacía que uno de mis adultos de referencia se bañaba conmigo. Ese momento único de conexión, diversión, lanzamiento de mi ser con caída en plancha.

 

Y por eso, solo por eso, este verano he decidido que “a la mierda las mechas perfectas”, “a la mierda la hidratación capilar”, “a la mierda la pereza”, me he propuesto bañarme más y sentarme menos en la silla. Porque a la silla no, no voy a renunciar, sobre todo ahora que al tirarme de cabeza me mareo como si estuviera en una atracción de feria.

 

Volver a ser niños

 

El mareo, el frío inicial… todo mereció la pena. Porque por un momento volví a sentirme niña, a reír, a disfrutar, a desconectar del mundo, olvidándome de todo lo demás, incluso de la vergüenza. A esto ahora lo llaman Mindfulness y lo tenemos más a nuestro alcance de lo que pensamos. Tírate a la piscina por ellos y tírate a la piscina por ti.

Os dejo un truco para olvidar la pereza, pensar en cómo me sentiré después. Lo hago por mi yo del futuro. Y, el otro truco estrella: pienso que de aquí a no muchos años, mis hijos recordarán a su madre en el agua jugando con ellos, sentados en su propia silla en la piscina 😉

 

Dime en comentarios, ¿vas a tirarte tú también?

 

Feliz verano, molonas.

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