Clases preparto

 

Las clases preparto, las famosas clases preparto… me dijeron, “oh, te va a encantar, qué momento tan bonito, especial, mágico, conocerás otras futuras mamis como tú, va a ser maravilloso, bla, bla, bla…”.

Centro de salud. 18.30 h.
Abro la puerta y ahí estamos todas. Gordas, pesadas, agotadas. Aquello parece una reunión de alcohólicos anónimos, sentadas en círculo, todas con ojeras hasta el suelo y cara de pocos amigos. Una con la mirada perdida, otra comiendo una galleta, aquella con el móvil, la otra bostezando, otra estirándose, la de más allá con la mano en los riñones guardando la compostura… “Pa´ lo que hemos quedao´” pienso. Estas no se parecen a las del catálogo de prenatal, no, claro que yo, lamentablemente, tampoco.

Y es que el tema es muy poco romántico, (permitidme que abuse del término), a esas horas de la tarde en pleno invierno es de noche. Cuando una está embarazada los segundos no corren con el ritmo de siempre, no, van más bien a la velocidad de un ancianito con tacatá. Llegados a ese punto de la tarde a lo que aspiramos la mayoría es a llegar a casa para caer directamente en la cama o en el sofá, y descansar después de una larguísima jornada. Porque las jornadas en el embarazo son interminables.

Algunas tenemos las suerte de estar con nuestros maridos, parejas, acompañantes. Pero otras, desdichadas, ¡encima están solas! Que yo no digo que me parezca ni bien ni mal, ni mejor ni peor, es que a mi que en esos momentos me cuesta hasta pestañear, solo me viene al pensamiento la enorme dificultad añadida del desplazamiento a casa y la retirada de calcetines de esas mujeres sin el apoyo logístico del acompañante. ¡Que me dan ganas hasta de ofrecer a mi marido para que les eche una mano!

 

Entra la matrona

Comienza la clase. Ponemos cara de atención. A continuación una hora largaaaaaaa de explicaciones sobre el cuidado del bebé, acompañado de figuritas y muñecos nenuco súper gráficos. Y eso que mi matrona, dicho sea de paso, era hasta amena, tenía sus chascarrillos y todo, pero es que para una embarazada, me reitero, las 18.30 h. equivalen a las 00.00 h. de una persona “de normal”. Reprimimos los bostezos, asentimos con la cabeza, hacemos como que se nos ha metido algo en el ojo para frotárnoslo y evitar caer en coma… Después de luchar contra el sueño e intentar no perder ni una coma de cada explicación, al fin termina. Pienso, “superado, ¡hasta la semana que viene! aquí hay una gordita que reclama su colchón”… pero no, “¡Ahora todas al suelo!” empiezan las verdaderas clases preparto… ¡ouch!

Y allá vamos. Cada una a su ritmo. Nos agachamos lentamente, con cuidado de no perder el equilibrio hasta alcanzar el suelo con nuestras posaderas. Respiración va, respiración viene… imaginamos que tenemos un tampón que sube en ascensor (¿?)… ejercicios kegel lo llaman. Pues nada, tú imaginas, no tienes fuerzas ni para llegar a la primera planta, miras de reojo el reloj, a ver si el abuelito del tacatá se ha puesto las pilas pero no vas a tener esa suerte. Terminamos y vuelta a empezar, ahora a mover pies en círculos, a un lado, al otro, subir piernas… en fin, una especie de clase de gimnasia para abueletes motivados.

 

Fin

 

¿Hora de ir a casa? No, no, no… se saca una reproducción en plástico de una vagina ENORME y nos dice, “os recuerdo que hay que empezar a masajear esta zona con aceite de Rosa Mosqueta para evitar desgarros en el parto e incluso la episiotomía”. Joder, con esa amenaza cualquiera se pierde esta parte. Y nos hace una demostración gráfica de cómo hay que hacerlo, mete la mano entera y muestra cómo aplicar el aceite, todo ello de manera muy efusiva, que si para un lado, que si para el otro, un movimiento parecido al del barco pirata en el parque de atracciones. Pero claro, la matrona -que tiene poca fe en nosotras y en nuestra capacidad para llegar ahí abajo- nos aconseja que sean nuestros acompañantes en casa los que nos realicen el masaje. Ahí mi marido, que se lleva aburriendo casí dos horas, se siente al fin importante y se convierte en un alumno súper aplicado (casi le falta tomar apuntes).

ImagenLlegamos a casa y yo solo quiero que me quite los calcetines, ponerme en pijama, cenar algo e irme a dormir. Pero él, demostrando un gran interés y sentido de la responsabilidad, insiste en que tenemos que empezar el masaje. Me tumbo, pierdo mi poquita dignidad, se dispone a aplicar el aceite y …. grito cual cerdo al que ha llegado su San Martín… y es que, recordad a vuestros mariditos o acompañantes, que no se puede hacer igual, igual, igual en una maqueta del tamaño de un barril de cerveza que en la realidad con sus reducidas dimensiones. En fin, creo que después de esa vez, solo lo intentamos un par de veces más y finalmente desistimos. ¿Episiotomía? sí, pero bueno, visto lo visto y con la epidural, tampoco fue para tanto.

* Posdata: esta entrada se la dedico a mi madre por parirme tal día como hoy hace ya 29 años. ¡Te quiero mamá!

 

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