¿Quién soy yo para dudar de la madre naturaleza y de su sabiduría?, ¿quién?, pero, ¿de verdad tenemos que desarrollar el olfato de un perro cuando estamos embarazadas?, ¿en serio?, yo creo que para todo hay un término medio. Por un lado, vale, nos sirve como autoprotección frente a sustancias tóxicas. Guay, tiene su razón de ser. Pero digo yo que, ya que vas a disparar mi capacidad olfativa hasta límites insospechados, ¿por qué no también con los olores buenos? Me explico, el olor del pan recién hecho, de las florecillas del campo, de la chimenea, de las sábanas recién lavaditas … todas las cosas buenas huelen igual que antes (bueno, algún perfume que otro también resulta insoportable). Las cosas buenas nos huelen como siempre o nos saturan, y las malas… ¡AY LAS MALAS! Eso es otro cantar.  

 

A continuación listo las cosas que peor me olían durante el embarazo:

– El lavavajillas. Terrible, imposible asomarse. Coges aire, aguantas la respiración, abres la puerta, metes el plato, cierras a punto de ponerte azul… al fin repiras pero,  ¡OH NO!, te das cuenta de que la gran puerta ha hecho efecto abanico y… ¡¡¡zassssss!!!… a contarle secretitos al señor roca. (Bendito marido que pone y quita el lavavajillas durante 9 meses y eeeeehhh que lo sigue haciendo).

– La nevera… buaaaggg, la nevera era todo un festival de olores, todo ahí, mezclado, a máxima potencia y sin discriminación.

– El desodorante. Imposible utilizarlo, de verdad, era como si me abrieran la cabeza, cogieran mi cerebro y lo sacudiesen con polvos de talco, así directamente. Tranquilidad, no me resigné a oler a choto durante 9 meses, no, soy una chica de recursos y utilizaba un desodorante natural de herbolario, de alumbre se llama.

– El olor de alimentos cocinados por la noche. Cocinados digo, ¡hasta las ensaladas no podía ni olerlas! Fueron tiempos duros para mi marido que tenía que cerrar la puerta del salón y la de la cocina para que no me llegase ni un poquito de olor. Y bueno, esto nunca se lo confesé, pero cuando volvía él también atufaba a comida que echaba para atrás, pero por amor una hace hasta un poquito de esfuerzo.

– Los ambientadores. En serio, todavía recuerdo uno en el baño del trabajo, de melocotón con regustillo a lejía que era, eso sí que era instinto de autoprotección ante sustancia tóxica. Pedí que lo retirasen, sin éxito. Incluso tuve un mini pulso con él, lo tiraba a la basura y al día siguiente, cual Ave Fénix, resurgía de sus cenizas y ahí estaba otra vez. Perdí la batalla.

– Por supuesto el tabaco ni de lejos. Porque es cierto, lo reconozco, soy la típica exfumadora puñetera. No aguanto el olor del tabaco en condiciones normales de no gestadora, me da dolor de cabeza. Pero embarazada era ya demasiado, el olor de la colillas apagadas reposaditas en el cenicero, era equivalente a 40 camioneros llamados Manolo fumando 40 paquetes de Ducados en una cabina de teléfono conmigo dentro. Así, siendo gráfica.

La basura no la nombro porque con todo lo citado anteriormente, se da por hecho.

Gracias madre naturaleza, se que todo lo haces por mi bien, por eso te agradezco, de manera particular, que me hayas hecho recuperar el olfato de persona normal a tiempo para cambiarle los pañales a mi hija 😉

 

Supongo que cada mujer es un mundo, ¿cuáles eran/son tus olores “favoritos” en el embarazo? 

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